lunes, 3 de septiembre de 2007

Mishima, una visión fatalista de la literatura

Debo entregar en algunos días un artículo sobre La novela de Genji, que recién el año pasado se ha traducido de manera completa al castellano. Escrita por Murasaki Shikibu por el año 1000, este portento que —según sentencian los más entusiastas de la literatura japonesa— es comparable con el Quijote, relata las aventuras del príncipe Genji y, luego, las de su hijo Kaoru.

Recordaba haber leído una referencia al Genji en la correspondencia que mantuvieron Mishima y Kawabata, en algún momento incierto de esos veinticinco años de estrecha amistad que se extendió de 1945 a 1970. Así, a la caza de ese dato esencial corrí a buscar “Yasunari Kawabata - Yukio Mishima. Correspondencia”, editado por Emecé en 2003. Pasé la vista rápidamente por 255 páginas de subrayados temblorosos, anotaciones en los márgenes, círculos gigantes con una caligrafía indigna de la práctica japonesa… y nada. Ninguna referencia al Genji o a Murasaki.

A partir del siglo XIV, debido a la evolución del idioma, La novela de Genji se había vuelto incomprensible aun para los propios japoneses. Se sabe que Kawabata preparaba una edición de la novela traducida al japonés moderno, pero su muerte dejó inconcluso ese legado que habría sido inmortal. ¿Habría imaginado, a partir de ese dato, que Kawabata compartió sus incertidumbres y angustias de traductor con Mishima?

Sin alternativas, con un lápiz bien afilado emprendí una nueva lectura de ese deleite de corredores imperiales, etiqueta y seducción cortesana.

Aún no di con lo que busco, sigo leyendo. Sospecho por estas horas que el goce está en la búsqueda y no en el encuentro, en el camino que se recorre, no en el punto final de la última página. Creo que la literatura japonesa es un alegato sin fin en defensa de esta tesis. Es justo decir, entonces, que sigo leyendo gozosamente, a pesar de que mi búsqueda amenaza con ser inútil.

Pero me gustaría dejar constancia de un nuevo hallazgo, ausente en mi primera lectura. El protagonista no es Murasaki, el Genji o Kawabata, sino Mishima.

Entre pedidos de disculpas por el contenido personal de sus cartas, expresando sentirse avergonzado por haberse extendido demasiado sobre asuntos propios, lamentando la descortesía de una carta que abunda en muestras de admiración, respeto y cortesía, el 18 de julio de 1945, Mishima le escribe a Kawabata:

“¿Y no llegará un momento en que me veré enfrentado a la dolorosa decisión de realizar, fuera del campo de la literatura, mi visión fatalista de la literatura? Llego a pensar que este deseo de dejar un bello relato al estilo antiguo es perdonable en la medida que representa un medio de prepararme en secreto para ese momento”.

Veinticinco años después, el 24 de noviembre de 1970, la visión fatalista de Mishima escapa de la literatura y acaba en la práctica del seppuku, la muerte ritual que consiste en abrirse el vientre para ser luego decapitado.

Conociendo el final de la historia, sabiendo del fracaso, el honor y la muerte, ¿es lícito rastrear "hacia atrás" —bien atrás— el momento en que Mishima entrevió su destino? Una suerte de silogismo al revés: dada la conclusión, rastrear las premisas que la justifican. ¿Estuvieron los acontecimientos del año ´70 prefigurados en aquella carta intimista, privada, de 1945? ¿Existirán otros rastros, otras pistas?

Acaso un buen camino sea releer "Patriotismo" ("Yûkoku"), uno de los cuentos más célebres de Mishima. Acaso el paso siguiente, obligado, sea mirar una vez más —ahora en clave policial—
la adaptación cinematográfica de ese cuento, dirigida por Mishima en 1966.

Escribió Marguerite Yourcenar: "Recordemos siempre que la realidad central hay que buscarla en la obra: en ella es donde el escritor ha preferido escribir, o se ha visto forzado a escribir, lo que al fin y al cabo importa. Y, sin duda alguna, la muerte tan premeditada de Mishima es una de sus obras".

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