Por fin un amigo nos devuelve los libros prestados —ediciones que hemos anotado profusamente de “El escritor y sus fantasmas”, “Uno y el universo” y “Heterodoxia”—, y nos advierte: no pude resistir la tentación y me tomé la libertad de agregarles yo también algunas anotaciones propias. Sostenemos los libros, aún sin decidirnos a darles importancia, y percibimos que no sólo los ha anotado sino que ha marcado varias hojas con boletos de colectivo, que asoman desprolijos. Vemos también que hubo casos más extremos, más apremiantes: algunas esquinas de las hojas están dobladas, operando como flechas.
Abrimos una hoja al azar y sentimos esa típica indignación de los lectores voraces cuando descubren que otro se ha detenido donde ellos han pasado groseramente de largo.
Abrimos una hoja al azar y sentimos esa típica indignación de los lectores voraces cuando descubren que otro se ha detenido donde ellos han pasado groseramente de largo.