Un nuevo libro, una nueva entrada. Un itinerario de hallazgos personales.
Tengo varias deudas que saldar. No he sido justo con Leo Perutz, que pudo ser amigo de Kafka y que ciertamente ya es amigo mío. Tampoco he cumplido mi palabra con Ray Bradbury, con Lemony Snicket, con Robert Howard, con Simenon, con aquel librito de historia de la cultura china, editado por el Fondo de Cultura Económica hace más de medio siglo. No he rendido el tributo que merecía Oscar Wilde y un extraño libro de conversaciones. Clive Barker traducido, ese milagro de palabras y oscuridad y fantasía merece algún himno. ¡Y la deliciosa correspondencia de Calvino, de sus tiempos de editor en Einaudi! ¿Qué decir de Louis Pergaud y esa guerra feroz entre longevernos y velranos? Acaso la patria sea esas guerras de botones de la infancia.
He interrumpido por varias semanas la publicación de estas memorias pero no he interrumpido mis aventuras por las mesas de saldos. Las mañanas de enero parecen adecuadas para desandar mis pasos y comenzar a registrar los detalles, reales o inventados.
Un nuevo libro, una nueva entrada. Mejor me doy prisa si pretendo reestablecer el equilibrio en el mundo.
Tengo varias deudas que saldar. No he sido justo con Leo Perutz, que pudo ser amigo de Kafka y que ciertamente ya es amigo mío. Tampoco he cumplido mi palabra con Ray Bradbury, con Lemony Snicket, con Robert Howard, con Simenon, con aquel librito de historia de la cultura china, editado por el Fondo de Cultura Económica hace más de medio siglo. No he rendido el tributo que merecía Oscar Wilde y un extraño libro de conversaciones. Clive Barker traducido, ese milagro de palabras y oscuridad y fantasía merece algún himno. ¡Y la deliciosa correspondencia de Calvino, de sus tiempos de editor en Einaudi! ¿Qué decir de Louis Pergaud y esa guerra feroz entre longevernos y velranos? Acaso la patria sea esas guerras de botones de la infancia.
He interrumpido por varias semanas la publicación de estas memorias pero no he interrumpido mis aventuras por las mesas de saldos. Las mañanas de enero parecen adecuadas para desandar mis pasos y comenzar a registrar los detalles, reales o inventados.
Un nuevo libro, una nueva entrada. Mejor me doy prisa si pretendo reestablecer el equilibrio en el mundo.